Los pies de la memoria (real o inventada)

A, 15 de abril: La Tierra antes de la existencia del ser humano.
B, 22 de abril: La Tierra después del ser humano.
A, 29 de abril: Rosas de piedra.
B, 6 de mayo: El don de la ignorancia.
A, 13 de mayo: Perdidos en un cuento.
B, 20 de mayo: Los lunes.
A, 27 de mayo: Llegas tarde a tu tiempo.
B, 3 de junio: Nunca estuve aquí.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Oscuridad.

Oscuridad, oscuridad que estalla como una bomba. Una bomba que, en vez de producir una llamarada, produce sombra, apaga todas las luces: las del pensamiento, las del sentido común.

Todo me lo había buscado yo. Podía seguir con mi vida, olvidando que le había conocido o, por otro lado, seguirle. Pero, en realidad no tenía opción, porque no se olvida a alguien con esos ojos.
Cuando le conocí me saludó sin revelar su nombre porque decía que no tienen utilidad hasta que puedes enlazar el nombre con toda una personalidad, y con algún recuerdo que merezca la pena. Así que primero te conocía, y luego conocía tu nombre, para recordarte. El hombre misterio.
Cuando me miraba parecía que lo hiciese desde un lugar alejado, como una sala en penumbra con un pequeño farol al fondo. Así, sus ojos eran oscuros con un pequeño destello que era protagonista, un destello que delataba inteligencia. En ocasiones le temía, imaginando que no era humano, que detrás de lo que se podía ver, en su esencia había dos alas de ángel caído.
Sabía que no me podría fiar de él, y aún así, me dejaba guiar. Y me encaminó hacia mi fin, a un estrecho callejón en las afueras de la ciudad. Era un lugar hacia el que el instinto de supervivencia que nos queda a los humanos nunca se acercaría, por atrofiado que estuviera.
Un turbio asunto le citó allí, y a mí con él. Un grupo de tres hombres armados se dirigían a mi acompañante en un idioma que yo desconocía. Él negó a una pregunta, y uno de los hombres sacó un arma.
La bala que recibí no iba destinada a mí, pero mi cuerpo actuó intentando salvarle. Pasó por delante de mí como una flecha, tan afilada o tan veloz que no produce sonido al rozar con el aire. Ni siquiera la vi, ni siquiera me parecía real. Me atravesó limpiamente el costado derecho, y sentí un dolor tan lacerante que llegó a todos los rincones de mi cuerpo, produciendo eco en mi cabeza. Un dolor tan intenso que llegaba por partida doble.
Me hallaba sangrando, tendida en el suelo. Desde ahí pude ver como los tres hombres huían y unos ojos negros se acercaban a mí.
-Me llamo Christian -susurró, clavándome una mirada interrogante.
-Anya -logré responder.
Entonces, se levantó asintiendo, y se marchó, sin más que hacer a mi lado.
Lo único que me quedó entonces fue la oscuridad, que se apoderaba por momentos de todo mi conocimiento, y la certeza de ser un buen recuerdo.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Me encanta: el aura de misterio que logras con la inconcreción de los detalles, la comparación tan brillante -tan afilada o tan veloz que no produce sonido al rozar con el aire-, el final con esa doble moral en la que se mezcla escena terrible y egoísmo... Felicidades. (y has usado lacerante antes de que huiera salido en clase: qué más se puede pedir...)