Las casas que jamás han sido habitadas o las que, como las de los veraneantes, han sido construidas para ser ocupadas durante ciertas épocas del año, no suelen tener fantasmas. Aquella tarde mi mejor amigo intentaba convencerme de todo lo contrario, decía que a los fantasmas les molesta nuestra presencia, y no quieren recordar su lugar de origen, así que buscan lugares deshabitados. Él siempre me contaba cosas así, siempre hablando de cosas sobre las que nadie tiene ninguna certeza, siempre como si fuera pura ciencia.
No sé qué hizo que aquel día de otoño decidiera creerle, y siempre me lo he preguntado. Caminábamos en busca de un lugar que yo no conocía, Marcos quería demostrarme que podía encontrar fantasmas, y yo estaba segura de que aquello no era una buena idea.
Entramos en una casa deshabitada, de la que él tenía una llave. Antes de entrar me dirigió una mirada que aún intento comprender. Un sonido escapó del interior de aquella casa, y después, el silencio. En ese momento la sonrisa de mi amigo brilló, al igual que su mirada. Como el que tiene la certeza de un hallazgo.
Cuando cruzó el umbral de la puerta sentí algo, algo que no puedo olvidar y aparece cada noche en todos mis sueños, sentí como él se iba. Sólo recuerdo ver una luz, o quizá fuese demasiada oscuridad, y después... Nada. Cuando entré, la casa estaba vacía, y desde aquella tarde, de Marcos sólo queda un recuerdo, un misterio.
viernes, 19 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
hay que ver como nos esforzamos y nos estrujamos las entrañas para hacer algo que suene bello, poético e interesante...
Estupendo texto, un microrrelato perfecto. Tu estilo es casi perfecto, mantiene al mismo tiempo la concisión y la sugerencia. Enhorabuena.
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