
Reinaba un silencio de sábado por la tarde, lleno de nostalgia. Se percibía un olor a lluvias otoñales muy curioso. Yo, sentado en un banco, contemplaba los ágiles pájaros del atardecer volando de un lado a otro sin destino fijo. Yo, solo, sin ninguna compañía a excepción de mi desaliñada mochila. Yo y simplemente yo, rodeado de un silencio completo...me habían dejado solo.
Lentamente me levanté. De mala gana cogí mi mochila y empecé a andar, como esos pájaros, sin rumbo fijo. A cada paso que daba, la soledad me seguía a donde quiera que fuese. Harto de su presencia le pregunté: ¿por qué me sigues? y ella no respondió. ¡Márchate! y ella no se marchó. Intenté olvidarla pues no me apetecía enfadarme más de lo que ya estaba.
Continué caminando por la solitaria calle pensando: ¿por qué me han abandonado?¿se han cabreado conmigo?¿ha sido por algo qué yo he hecho o dicho? Estas preguntas estaban golpeando mi cabeza como si fueran grandes martillos cuando me dije: si ellos no se preocupan en saber donde estoy entonces me preocuparé yo de saber donde están ellos. Así, con la respuesta en mis brazos, la soledad acobardada y la mochila a mi espalda seguí caminando.
6 comentarios:
Así, con la respuesta en mis brazos, la soledad acobardada y la mochila a mi espalda seguí caminando.
Me encantaa.
Estoy de acuerdo totalmente con Sara. También me parece destacable el empuje, la decisión, que el final del texto desprende. (Por favor añade las tildes que te faltan o sobran para que no lo afeen: pregunte, marcho, donde, qué)(Por cierto, mejor De mala gana, que A mala gana)
¡gracias! Sara, el tuyo es fantástico
un gran final para una breve pero buena narración.
¡Vamos Alberto no te hagas el listo aunque tienes mucha razón!
jajajajajaja
Publicar un comentario