Los pies de la memoria (real o inventada)

A, 15 de abril: La Tierra antes de la existencia del ser humano.
B, 22 de abril: La Tierra después del ser humano.
A, 29 de abril: Rosas de piedra.
B, 6 de mayo: El don de la ignorancia.
A, 13 de mayo: Perdidos en un cuento.
B, 20 de mayo: Los lunes.
A, 27 de mayo: Llegas tarde a tu tiempo.
B, 3 de junio: Nunca estuve aquí.

viernes, 12 de junio de 2009

Nunca estuve aquí.

Miré a mi alrededor en cuanto desperté. Estaba en el suelo, me dolía todo, y la sala estaba sumida en la oscuridad. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra vi una pequeña mesa de noche sobre la que reposaba un reloj luminoso. Presioné una tecla y comprobé que pasaban las seis de la madrugada del 29 de Febrero. Sonreí hacia mis adentros. Al menos, sólo tendrán que recordar el día de mi muerte cada cuatro años, pensé.
No quise levantarme del suelo, así que gateé hasta la puerta e intenté abrirla, con éxito para mi sorpresa. Escuché unas voces que venían de la planta de abajo, y pude ver cómo las primeras luces del día se filtraban por los ventanales del pasillo. Recorrí de puntillas el espacio que me separaba de esas voces. Aun sabiendo que nada podría salvarme, quise conservar las horas que me quedaban, y necesitaba discrección.
-Saldremos en una hora -susurró una voz femenina.
-No, ahora... ahora, por favor. Vámonos -aquella voz sonaba sollozando, al borde del llanto.
-Está bien, trae tus cosas. En cuanto haya recogido, ¿vale? -la mujer terminó su frase en un suspiro cansado.
-Bien, bien...
Unos pasos torpes se acercaron hasta el lugar donde yo me hallaba. La voz sollozante pertenecía a un joven de unos veinte años que jugaba de forma nerviosa con su pelo, y hablaba para sí mismo. Paró dos metros delante de mí, y por un segundo pensé que me había visto, pero era imposible. Mi escondite detrás de aquel armario era infalible. El joven se balanceaba al tiempo q chasqueaba los dedos, susurró y continuó su camino. Pensé que padecía algún tipo de autismo, y recordé lo que me habían contado de aquella familia, así que debía ser Dorian. Continué mi camino y frené antes de llegar a la sala donde había oído las voces. La misma que había susurrado cuando yo espiaba sonó fuerte y clara en mi espalda, sobresaltándome.
-Pensé que el sedante duraría, como mínimo, hasta el amanecer -dijo. Yo no respondí.
Pasaron varios segundos hasta que la mujer supo interpretar mi silencio.
-Mira, yo me tengo que ir, y me ordenaron que te entregara de forma fácil. Despierta no me parece que sea fácil matarte, ¿no crees? Y tienes que estar viva para que ellos te maten, así que me acabas de estropear el plan.
Mientras ella hablaba, tomé un jarrón, y cuando terminó su discursito, lo estallé en su cabeza. Cuando cayó al suelo, me pareció muchísimo menos amenazadora. No sabía qué hacer entonces. Había asumido que estaba perdida, sin escapatoria. Pero ahora.. nada me retenía. Volví hacia mi escondite en el armario y encontré al joven autista, mirándome. Llevaba una maleta en la mano, y me la tendió.
-Nunca... nunca estuve aquí -tartamudeó. Dorian me inspiraba una infinita confianza, no sabría decir el motivo.
-¿Qué? Dorian, ¿qué has dicho?
Él me señaló, indicando que cogiera la maleta. Sin dejar de chasquear los dedos, se señaló a sí mismo y lo repitió: "nunca estuve aquí". Acto seguido me señaló a mí.
-Nunca estuviste aquí -repetí. Él negó, y entonces lo comprendí. Era mi salvación -Yo nunca estuve aquí. Yo no he estado aquí.
Asintió, satisfecho. Se acercó a la figura que se hallaba tendida en el suelo y se sentó a su lado, balanceándose. Tomó entre sus manos los cristales del jarrón, y vi cómo se le clavaban mientras yo salía por la puerta trasera. Aquel muchacho sabía mucho más de lo que nadie imaginaba, y yo le debía mi vida.
Cuando me alejaba por la carretera también pude ver un camión negro. El transporte de los que iban a ser mis asesinos.