Los pies de la memoria (real o inventada)

A, 15 de abril: La Tierra antes de la existencia del ser humano.
B, 22 de abril: La Tierra después del ser humano.
A, 29 de abril: Rosas de piedra.
B, 6 de mayo: El don de la ignorancia.
A, 13 de mayo: Perdidos en un cuento.
B, 20 de mayo: Los lunes.
A, 27 de mayo: Llegas tarde a tu tiempo.
B, 3 de junio: Nunca estuve aquí.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Acción.

Una vez me enseñó una fotografía de cuando ingresó en el instituto. En la imagen aparecía sentada en una tumbona del jardín. A su alrededor, florecían los girasoles. Era verano. Ella llevaba unos tejanos cortos y una camiseta blanca. Nunca habría podido deducir que aquella había sido la mujer que tenía delante si no hubiera sido porque en la foto sonreía. Por más que envejezca uno, los ojos y la sonrisa siempre le delatan, decía ella. De eso no me cabía ninguna duda, ambas eran la misma persona, en sus ojos brillaba el ansia de saber y su sonrisa convencería hasta al más decidido de cualquier cosa. Aunque sí se notaba en cual de las imágenes brillaban menos esos ojos, y lucía menos la sonrisa, y era la que contemplaba en tres dimensiones.
-No deberías estar aquí –me dijo. –Seguro que alguien te está echando en falta.
-Nadie me echa en falta desde los seis años –contestaba yo, como si no me costase admitirlo. Reconozco que lo hice bien. Ella aguardó unos segundos en silencio.
-¿Qué es lo que quieres? Quiero decir, lo que de verdad quieres, lo que te ha traído aquí.
-Supongo que siempre me he rendido ante los misterios –lo dije con toda naturalidad, era de las cosas más ciertas que podría afirmar. -En las últimas 24 horas he escapado de la muerte tres veces, y todas tenían algo que ver con usted.
-Tenían que ver con quien yo fui, no conmigo. Tenían algo que ver con la muchacha de la foto que te acabo de enseñar, y con su familia.
-No lo entiendo –respondí, contrariada.
-No deberías estar aquí –repitió ella. –Ni tú, ni yo. Nos vamos.
Unos segundos después, un sonido atravesó lo que supuse era la puerta trasera, la que daba al jardín. Sentía que el mundo entero actuaba y yo no podía darme cuenta, que había algo que se me escapaba y mi mente se quedaba por detrás.
-¿Son los hombres armados? –no me hizo falta oír su respuesta para comprender que era afirmativa. -¿Cómo sabía que venían?
-Nos vamos. Ahora –dijo, ignorando mi pregunta. Su semblante imperturbable superaba mi entendimiento. Salimos de allí todo lo rápido que nos permitía nuestra anatomía, y lo más velozmente que yo podía guiar a mis piernas estando en estado de shock. En menos de un día había vivido más cosas sin pretenderlo que en los restantes quince años de mi vida buscando aventuras. Estaba eufórica, lo único que me detuvo fue aquella fotografía, que tomé entre mis manos antes de abandonar la casa, sintiendo el sonido de las armas al cargarse a poca distancia de allí.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Estupendo. Todos nos quedamos con ganas de saber qué va a pasar a continuación. Me gusta mucho que hayas retomado el motivo de la foto al final; le da coherencia y unidad al fragmento que has relatado. Felicidades por tu texto.